Las mujeres somos más que una vagina con nombre. Somos seres humanos que sufrimos profundamente cuando somos víctimas de manipulaciones y maquinaciones en nombre de una “conquista” (palabrita que odio por demás). Tomado de El Día. Escribe Farah Hallal.
Durante un tiempo dejé de leer noticias. Los malos acontecimientos se me estaban pegando al cuerpo y eso me dejaba manchada de impotencia.
El sufrimiento solidario puede llegar a ser tan fuerte que llegas a padecer los pesares ajenos como si fueran tuyos.
Pareciera que las mujeres estamos acostumbradas a sufrir. Pareciera que sí vinimos a pagar una culpa muy seria que está escrita en un libro sagrado. Como condenadas hemos tenido que pelear el doble por cada mérito.
Cada día, cada mes, vemos cómo los periódicos se tiñen de sangre de mujer. Marzo, el mes en que conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, no es la excepción. Niñas de nuestras familias, mujeres con rostros conocidos, mujeres que duermen bajo nuestro techo o en la casa de al lado, están siendo sometidas a todo tipo de humillaciones, de torturas, de privación elegante de libertad, de coerción violenta o dulce.
La cosa es que no somos dueñas de nuestras vidas, sino que nos poseen las expectativas de una sociedad que se bebe la leche de nuestro pecho y nos da de beber la sangre de nuestro propio cuerpo.
En la oficina o actos familiares nos reímos con chistes o frases sexistas que promueven y perpetúan una imagen denigrada sobre nuestras capacidades y potencialidades.
Las imágenes publicitarias y la moda nos siguen recordando que debemos caber en unos estándares de belleza que desfiguran nuestra identidad y desarticulan nuestro sentido de seguridad.
Las mujeres estamos llenas de amor. Y si seguimos estando llenas de amor es porque la maternidad nos preña de esperanza. Nuestra condición natural es la de ser amantes de la vida. Aferrarnos a la vida por amor a la familia que hemos procreado o a la que pertenecemos.
Las mujeres necesitamos que nuestra familia, nuestros esposos, amantes, amigos, novios, hermanos, primos, padres, abuelos, compañeros de trabajo y desconocidos nos tengan más consideración y respeto.
Las mujeres somos más que una vagina con nombre. Somos seres humanos que sufrimos profundamente cuando somos víctimas de manipulaciones y maquinaciones en nombre de una “conquista” (palabrita que odio por demás).
Aprendamos que las mujeres tenemos derecho a ejercer nuestra libertad.
Aprendamos que no tenemos que pedir permiso para tener un proyecto de vida personal o decidir qué es lo mejor para nosotras en un momento dado. O, como me enseñara mi amigo Uberto Stabile, que tenemos derecho a ser “nuestro propio horizonte”.
Durante un tiempo dejé de leer noticias. Los malos acontecimientos se me estaban pegando al cuerpo y eso me dejaba manchada de impotencia.
El sufrimiento solidario puede llegar a ser tan fuerte que llegas a padecer los pesares ajenos como si fueran tuyos.
Pareciera que las mujeres estamos acostumbradas a sufrir. Pareciera que sí vinimos a pagar una culpa muy seria que está escrita en un libro sagrado. Como condenadas hemos tenido que pelear el doble por cada mérito.
Cada día, cada mes, vemos cómo los periódicos se tiñen de sangre de mujer. Marzo, el mes en que conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, no es la excepción. Niñas de nuestras familias, mujeres con rostros conocidos, mujeres que duermen bajo nuestro techo o en la casa de al lado, están siendo sometidas a todo tipo de humillaciones, de torturas, de privación elegante de libertad, de coerción violenta o dulce.
La cosa es que no somos dueñas de nuestras vidas, sino que nos poseen las expectativas de una sociedad que se bebe la leche de nuestro pecho y nos da de beber la sangre de nuestro propio cuerpo.
En la oficina o actos familiares nos reímos con chistes o frases sexistas que promueven y perpetúan una imagen denigrada sobre nuestras capacidades y potencialidades.
Las imágenes publicitarias y la moda nos siguen recordando que debemos caber en unos estándares de belleza que desfiguran nuestra identidad y desarticulan nuestro sentido de seguridad.
Las mujeres estamos llenas de amor. Y si seguimos estando llenas de amor es porque la maternidad nos preña de esperanza. Nuestra condición natural es la de ser amantes de la vida. Aferrarnos a la vida por amor a la familia que hemos procreado o a la que pertenecemos.
Las mujeres necesitamos que nuestra familia, nuestros esposos, amantes, amigos, novios, hermanos, primos, padres, abuelos, compañeros de trabajo y desconocidos nos tengan más consideración y respeto.
Las mujeres somos más que una vagina con nombre. Somos seres humanos que sufrimos profundamente cuando somos víctimas de manipulaciones y maquinaciones en nombre de una “conquista” (palabrita que odio por demás).
Aprendamos que las mujeres tenemos derecho a ejercer nuestra libertad.
Aprendamos que no tenemos que pedir permiso para tener un proyecto de vida personal o decidir qué es lo mejor para nosotras en un momento dado. O, como me enseñara mi amigo Uberto Stabile, que tenemos derecho a ser “nuestro propio horizonte”.